Hoy Europa se quedó a oscuras.
En un instante, aquello que damos por sentado —la luz, la comunicación, la rutina— desapareció. Las luces se apagaron, las pantallas se oscurecieron, los teléfonos enmudecieron.
De repente, comprendimos cuán frágil es nuestra vida. Cómo depende de hilos invisibles, de infraestructuras silenciosas que, cuando fallan, nos dejan perdidos en la oscuridad. Quedamos a merced de aquello que ya ni recordábamos cómo era: el silencio, la espera, la vulnerabilidad.
El apagón no fue solo eléctrico, también fue mental. Fue un golpe a nuestra ilusión de control.
Quizá sea necesario parar para ver.
Ver que sin energía no hay ciudad que resista. Que sin redes no hay negocios, ni escuelas, ni hospitales.
Ver que nuestra prisa diaria, el consumo incesante, el ruido constante... todo depende de algo que no controlamos.
Aquí, gracias a nuestros paneles solares y baterías, logramos mantener la operación al 100%. Seguimos produciendo, cosechando, empaquetando y preparando los pedidos. Porque nada detiene este compromiso con nuestros clientes.
Pero no todo depende de nosotros…
Un apagón así no es solo un contratiempo. Es un recordatorio.
Nos recuerda que la autonomía es preciosa, que la libertad que sentimos puede ser interrumpida en un suspiro, que la tecnología, incluso cuando parece indestructible, es tan vulnerable como nosotros.
Y quizá, en medio de este fallo, podamos encontrar una señal.
Una señal de que necesitamos más resiliencia, más alternativas, más consciencia.
Hoy, en el silencio forzado, nos preguntamos:
— ¿Estamos preparados para un mundo donde no existen las certezas?
— ¿Podremos adaptarnos sin miedo, sin ira, sin culpar al azar?
Porque la vida es precisamente eso: saber vivir en la incertidumbre y, aun así, seguir adelante.
Hoy faltó la luz, pero no nos puede faltar el coraje.
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Sempre iluminado!